PERO qué triste resulta que en
este país no vaya quedando ni una sola certeza. Ahora les ha tocado el turno a
los funcionarios, a los que el ministro Montoro lanza un aviso para navegantes:
que nadie se confíe, que sus puestos no son para toda la vida.
A mí ya me parece bien que
quien no cumple con su trabajo, sea el que sea, acabe de patitas en la calle.
Pero creo que eso ya estaba regulado, y que si lo que hace falta es regular más
y mejor, hágase y no enreden más. Porque, en principio, optar por ser funcionario
era hacer una elección: es un trabajo para toda la vida, sí, pero a cambio
tengo que prepararme unas oposiciones, competir con miles de aspirantes para
cuatro plazas mal contadas, olvidarme de planes de carrera, y cobrar un sueldo
tirando a magro a perpetuidad.
Ahora me contestarán en tromba
los autónomos que lo suyo sí que tiene mérito, que ellos se buscan la vida
todos los días, y tienen razón. Y los empleados de la empresa privada, que
ahora se pueden ver en la calle por cuatro perras y sin motivo. También tienen
razón. O los parados, que no tienen trabajo ni bueno, ni malo, ni regular. Todo
el mundo tiene razón y, a la vez, nadie la tiene. Cada uno brega con la
realidad que le toca. Pero de lo que hablamos aquí no es de quién está peor, sino
de lo que empieza a parecer una estrategia calculada para sembrar la
inestabilidad y el miedo. Con la demolición sistemática de cualquier certeza
laboral, desde el gobierno han conseguido que en vez de solidarizarnos con
miles de funcionarios, nos alegremos de que ellos sufran las mismas penurias
que los demás. Y eso es desolador.
Heraldo de Aragón 21 de
marzo de 2012. La columna. Marian Rebolledo
es una pena que no se acuerden de los funcionarios mas que en periodos de crisis,en las vacas gordas se rien de nosotros ,y mas pena da que nos tiren por tierra los politicos que nos usan.
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