La próxima semana habrá huelga
general en España. Algunos aún creen que, pasada esta crisis económica, todo
volverá a su sitio y regresaremos al estado del bienestar que disfrutábamos
hace unos años. Sin embargo, yerran por completo: nos está pasando por encima
un gigantesco ciclón que tiene por objetivo aniquilar el estado de cosas
anterior. En otras palabras, lo que ahora denominamos "crisis
económica" es el inicio del golpe final que el poder financiero neoliberal
está asestando al poder político y social, a las libertades y los derechos
cívicos y laborales de la ciudadanía
Hubo una revolución agraria y
ganadera en el Neolítico que cambió el mundo. Ha habido otras revoluciones que
también han supuesto un giro de muchos grados en la historia: por ejemplo, la
revolución bolchevique de 1917, la caída del Muro de Berlín en 1989, la teoría
heliocéntrica copernicana, la revolución de 1789, la máquina de vapor o la
explosión de una bomba nuclear en Hiroshima en agosto de 1945. Ahora estamos en
plena eclosión de una nueva revolución, impulsada por unas personas y entidades
que dominan el mundo mediante el dinero y las finanzas, y se han propuesto
imponer unas reglas de juego universales, cuyos efectos a medio y largo plazo
serán un mundo dividido entre una minoría rica y poderosa y una inmensa
mayoría, cuyas condiciones de vida se moverán en la precariedad sistemática y
la pobreza.
La ciudadanía va a ser cada vez
más víctima de unos recortes sociales y económicos conducentes a la
privatización de los recursos y los servicios, y a la merma de derechos y
libertades. Entretanto, nos han ido adormeciendo de tal forma que apenas somos
capaces de reaccionar ante tales agresiones. De hecho, nos hemos habituado a
coexistir dentro de un sistema que a la vez permite que cada día mueran 35.000
personas de hambre y cada uno de esos días se gasten 4.000 millones de dólares
en armamento, a sabiendas de que desaparecería el hambre en el mundo
simplemente con el 1% de los recursos donados en Europa a los bancos privados
para salir de la crisis que ellos mismos han provocado. Miramos hacia otra
parte, las fuerzas sociales y políticas parecen tan poco preocupadas como la
inmensa mayoría de la gente, y nos limitamos a criticar y mejorar el mundo en
cualquier bar mientras nos tomamos el vermú.
Sabemos que la mayoría de los
bancos y las grandes empresas (que, por cierto, abogan por la reforma laboral
del Partido Popular) contribuye activamente a la existencia de paraísos
fiscales y de una enorme evasión fiscal de las finanzas propias y las de sus
clientes importantes. Sabemos también que la economía sumergida en España
representa unos 245.000 millones de euros (23 % del PIB), que supondría una
recaudación de 38.500 millones anuales. Sin embargo, no se mueve un dedo para
atajarla.
Sabemos que una veintena de
grandes familias son propietarias del 20,14 % del capital de las empresas del
Ibex-35 y que el 0,0035 % de la población española controla recursos
equivalentes al 80,5 % del PIB. Pero no reaccionamos, parecemos anestesiados en
y por el sistema.
Las reformas impuestas por
Bruselas y el Gobierno del Partido Popular no están dirigidas a solucionar la
crisis, sino que mienten sobre las causas reales de la crisis y ocultan que,
lejos de mejorar la situación económica, contribuyen a su empeoramiento.
Entretanto, resultan intocables, por ejemplo, los 10.000 millones de euros que
recibe anualmente la Iglesia Católica del erario público o los enormes gastos
en armamento, pues en el punto de mira se tiene exclusivamente a la clase
trabajadora.
Estamos ante un golpe de estado
mundial de signo neoliberal. Hay convocada una huelga general para la próxima
semana, que deberíamos apoyar en la medida de nuestras fuerzas y
circunstancias, pero que seguramente resultará insuficiente: apagados los
últimos rescoldos de la guerra de cifras sobre el mayor o menor apoyo a la
huelga general, el Gobierno del Partido Popular aumentará y ejecutará mayores
recortes, bajo el amparo de su mayoría absoluta.
Las fuerzas sociales y
ciudadanas (ojalá también las sindicales y políticas progresistas) deben
articular fórmulas y vías permanentes de lucha y de resistencia no-violenta,
desde la desobediencia civil masiva en determinados campos o ámbitos a
cualquier otro medio de defensa de los derechos y las libertades de la
ciudadanía y la clase trabajadora, ante los planes de los poderes
económico-financieros dominantes. El estadounidense Henry David Thoreau,
autor de la obra La desobediencia civil, se negó en 1846 a pagar
impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en
Estados Unidos, por lo que fue encarcelado. Siguieron sus huellas, entre otros
muchos, León Tolstoi, Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Nelson
Mandela. Todos ellos serían tildados hoy de antipatriotas e incluso
terroristas. Hoy también secundarían la huelga del 29-M.
ANTONIO Aramayona,
Profesor de Filosofía (El Periódico de Aragón 21/03/2012)
Comentarios
Publicar un comentario
No se aceptan comentarios anónimos, ni ninguna conducta que pueda suponer un ilícito penal.